martes, 21 de abril de 2015

Que no puedas entender mi desesperación es lo que más me desespera.

Después de tanto tiempo esperando, desesperar es, de algún modo, como viajar en el tiempo al revés. Intentando volver al punto donde empecé a esperar.

Solo que no se puede volver jamás a lugares en los que no se ha estado. Y es entonces cuando la desesperación se torna viaje interminable, semejando bucles (que no rizos) que se retuercen y se repiten una y otra vez.

Caminar dando vueltas, que no giros sobre el propio eje, sino repitiendo caminos de manera cíclica. Así es como se llega a ninguna parte, que es el destino de las cosas que por no tener principio, tampoco tienen final.

Y así vamos, abstractamente avanzando sin movernos del sitio. Se nos repite el ajo que no nos comimos, provocando ardores que no se calman ni se apagan porque "bueno, ya te lo advertí".

Al final todo son ladridos que no llegan nunca a convertirse en bocado, pero que duelen más que cualquier mordisco.

Hay que moverse, corazón, que para eso te crearon: para latir. Para latir con fuerza y rítmicamente, mandando a todo rincón la savia de la vida, que es la sangre.
Sí, la sangre, sí. Eso que te mantiene calentito, eso que hace que tu cuerpo se mantenga alimentado y nutrido. Lo que hace que te distingas de un muerto. Exacto. La sangre.

Como cuando te quedas dormido de un lado, y te despiertas y no te responde el brazo, y te asustas y aleteas bobamente. Pues no es tan bobo, que aleteando es como activas el riego y consigues que la sangre vuelva a llegar.

Bobamente, así es como hace meses que aleteo. Como una boba. Intentado reactivar el flujo y el reflujo de las emociones. Pero nada.

Y nada vale: ni mi desesperación, ni mis bucles, ni mi bobo aleteo.
Nada vale si tú no lates, corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario