domingo, 15 de junio de 2014

La escapada

Ya hacía días que planeaban la excursión: "A dónde iremos, cuando,... qué tiempo hará? qué querrás hacer?". Por fín estaban ahí; hacía buen día, habían llegado temprano y no había nadie. Caminaban tranquilos por el valle, verde, florecido, en plena explosión de vida después de tantos días de lluvia.
La hierba, natural, larga, húmeda, cedía con ternura bajo sus pisadas. Ana lo miraba todo asombrada: "Mira, un pájaro! Mira una lagartija! Mira, corre, corre! Que te lo pierdes!", parecía una niña feliz de descubrir el mundo que la rodeaba.
Andrés cazaba recuerdos con la cámara: "click" un pino altísimo, "click" al horizonte imperioso con las montañas al fondo, "click" a Ana en cuclillas señalando a la lagartija... No pensaba en nada más que en aquel maravilloso instante y en cómo se alegraba de haberse "escapado" con ella unos días.
Sí, se habían escapado. Ella para celebrar el fín de los exámenes, él huyendo del trabajo y por relajar la mente y el espíritu. Ellos, juntos, los dos solos para darse la oportunidad de conocerse, de disfrutarse mutuamente.
Lo necesitaban, les hacía falta aquella escapada.
No más estrés, ni malentendidos, ni tener que comunicarse por teléfono, no, no y no! Sólo ellos, tranquilos, a gusto, felices, uno cerca del otro, al lado, encima, debajo, confundidos, descubriéndose, jugando, dejándose llevar por la magia, la vida, el momento...
Caminaban, hacía calor y Ana parecía Heidy quitándose capas de ropa por el camino. Andrés la miraba... no podía evitar pensar en el cuerpo tan bonito que tenía, lo bien proporcionada que estaba, lo grácil de sus movimientos... era como si toda ella fuese una canción escrita para volverlo loco a él.
Caminaban, corrían, saltaban... eran libres.
De repente, al llegar a la falda de un árbol que vete tú a saber qué hacía ahí en mitad del valle, Ana se detuvo. Su respiración, aún acelerada por la carrera, se entrecortaba con las risas.
-¡No me has pillado!- gritó divertida a Andrés, que aún llegaba.
-Te he dejado ganar.- dijo él sonriente y triunfante.
Se acercó a ella. Le gustaba tanto su olor...
-Andrés... no hay nadie...- le susurraba ella en tono travieso.
-¡Anda, va, tonta!- empezó la risita nerviosa.
La misma risita del primer día en que la vió, cuando se perdieron por el Gótico y ella se le acercó para darle un beso en la mejilla. La del día siguiente cuando cenaban en el Marc's y ella le besó el cuello provocativa.
Ay... aquella risita nerviosa... ya la habíamos liado. Ana sabía muy bien que si sonaba esa risita ya tenía ganado el partido.
-Andrés... abrázame... no hay nadie...- le decía dulcemente pícara mientras se le pegaba al pecho, la cintura, las caderas... Ya había perdido. Ya no podía decir que no.
Sentir aquel cuerpo tan cerca, la respiración suave a la vez que decidida. Perderse en aquellos ojos que desde el primer día lo habían echizado...
-No, Ana... no... cariño, aquí no...- pero las palabras no tenían nada que ver con los gestos.
Ya le perdía las manos por la cintura; ya bajaba y se colaba por dentro de su camiseta: "que caliente y suave..." pensaba.
-Andrés, quiero ser tuya aquí... hazme tuya aquí, ahora, por favor...
Y como quién recibe órdenes, todo él perdió la vergüenza y se afanó en cambiarla por urgencia, necesidad: de tenerla, de besarla, de hacerla suya! La abrazaba, la apretaba contra él, la acariciaba toda...
Poco a poco caían al suelo.
Poco a poco caía la Tierra.
La desnudaba como quien deshoja una flor: con ternura, con suavidad, pero sin dejar una sola pieza.
La olía, besaba cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto.
Y ya era todo horizontalidad, ya sólo había el calor de su piel, la de los dos, invadiendo el suelo y la Tierra.
Ana le abrazaba, le miraba, se lo comía a besos.
Andrés la palpaba, le mordía, la quería.
-Dime qué quieres! Dime qué quieres que te haga!
-Házmelo, Andrés, hazme tuya. Házmelo todo, por favor.
Ella los pechos turgentes, húmeda, preparada, ansiosa...
Él salvaje, duro, desbocado...
La miró. Ya no existía el mundo. Sólo ella, aquellos ojos verdes infinitos.
Y poco a poco, sin dejar de mirarla, se fue adentrando en su cuerpo.
Ana sintió un escalofrío. Como si un relámpago la atravesara toda y le diese la vida. Cerró los ojos para concentrarse mejor en todo aquello que Andrés le estaba haciendo sentir.
-Me gusta tanto tenerte dentro...
-No quiero que se acabe nunca...
Y en medio de la nada, perdidos entre la hierba, bajo la falda de aquel árbol que nadie sabía qué hacía ahí, confundidos entre las nubes, amapolas y margaritas, Andrés, por primera vez, le susurró a Ana al oído: "Te quiero, Ana. Pero 'shhhhh'... será nuestro secreto". De momento.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho. Es bonito ver cómo el entusiasmo puede con la vergüenza ;-)
    Gracias por compartirlo

    ResponderEliminar