martes, 24 de junio de 2014

Poner punto y final, cerrar dando un portazo y no volver a mirar atrás.

No voy a pensar más en ello, para qué?
No me aporta nada, no me deja avanzar, no me hace sentir feliz, ni me genera ningún sentimiento positivo.
Es absurdo darle más vueltas. Se terminó, y ya está.

Ya sabía que este momento iba a llegar, era perfectamente consciente de ello. Hasta me lo habían avisado: "peso neto 200ml".

Y es que en esta vida nada dura para siempre. Ni siquiera una tarrina de delicioso helado de pastel de queso con arándanos ¿qué se le va a hacer?

Pues nada: afrontarlo, agradecer el ratito, temer la digestión y largarse de la heladería.

La verdad: el único que ha salido perdiendo es él. Ya está, ya lo he dicho.
Sí. Porque después de esto... lo más probable es que no haya jamás un nuevo encuentro.
Y ha sido genial, ¿eh? no confundamos. Me lo he pasado bien, lo he disfrutado, en todo momento era consciente de que el final estaba por llegar, etc...
Pero me conozco... y me queda por delante al menos una hora de sentimiento inevitable de "Diós, ¿por qué lo habré hecho?" y de pesadez en el estómago. Y eso probablemente desemboque en un irremediable "Es el primero y el último de la temporada".

Me ha costado lo mio, también es cierto. Pero al final, la única cosa que te queda es aprender a desprenderte de aquello que ya no lleva a ninguna parte.
Y es que en la vida, por mucho que duela, una ha de saber que cuando algo ha terminado, sencillamente se acabó y ya está.

Como me considero una buena persona y además bien educada, al menos he tenido la delicadeza de darle al susodicho el final que se merecía. Nada de dejarlo agonizando encima de la mesa, esperando a que unas manos desconocidas se lo llevasen de ahí. No, no, las cosas hay que hacerlas bien: Se acabó, fue un placer, a la basura.

En fin. Lo dicho: darlo por terminado y largarse. Eso es lo mejor que se puede hacer.





sábado, 21 de junio de 2014

En mi lista de cosas que no entiendo

Seia al mur, front del mar.El murmuri de l'aigua contra les roques l'encisava.
Pensava "en unes hores seré a casa, i tot estarà tal i com ho vaig deixar..:".
Pero ella no volia que estigués tot igual.
Ella desitjava amb tota lànima que ell hagués tornat.
Sentia pànic de retornar al pis, buit sense ell, més buit encara quan ella arribés.
Ja feia mesos que ell havia desaparegut; sense explicacions, ni un adéu, ni res de res.
Sencillament havia desaparegut emparat pel silenci.
I ella no oblidava. Enyorava el seu calor, el seu riure, els seus petons. L'enyorava tot ell i alhora el fugia. Com havia pogut? Què havia passat? Només per què, per què, per què? A tot hora, a tot arreu, per què?
"Ja no sé si realment el trobo a faltar o si m'enganxo al seu record."
Es preguntava si ell pensaria en ella algun cop, si la trobava a faltar, si es recordava del que havien viscut.
I al final sempre la mateixa conclusió: "No entenc res".
Seguda en front del mar pensava en ell, i escrivia.

...
Hi ha vegades a la vida en que tot perd el sentit, et lleves al matí i no saps quí ets, ni on estàs. Aquests petitts moments són els millors.
Però... duren massa poc. Et vas despertant i vénen tots els records al cap. I t'apagues... i voldries continuar dormint, i no pots.




martes, 17 de junio de 2014

Días de lluvia

-Es increíble como consiguen los días de lluvia hacer que me cambie de esta manera el humor.
Me pongo triste, me apago... es como si toda yo me convirtiese en una especie de girasol que languidece por la falta de la luz de su gran amor.
Aunque claro... que no me viene de hoy solamente... con estos días que llevamos cómo no voy a sentirme así. ¡Si es que a una le sorprende que realmente dure tanto! Total, qué pasó? Unos cuantos días de lluvia y nada más. Y aún así, aquí me ves, lamentándome, llorona, triste, sin motivo alguno. Hum!
Será mejor que intente distraer la mente... y debería ponerme a escribir, eh? La verdad, que ganas no me faltan. Pero con este tiempo tan feo... ¡sólo me vienen cosas tristes a la mente! Sí, sí. Y además nada completo, a penas pequeñas escenas vienen a visitar mi imaginación... tan pequeñas y tan tristes! Mira, mira, como esto:
                 "-La echo de menos- dijo al fin.
                  -¿Y, entonces?
                  -No puedo... no puedo ¡No puedo!
                  Se cubrió la cara con las manos y dio por terminada la conversación."
¿Ves? Ves lo que te quiero decir? No dice nada, prácticamente. Falta información, no da explicaciones, se presume/intuye toda una historia de esta pequeñísima escena. Pero nada, chica, no soy capaz de desarrollarla. ¡Y para colmo suena tan triste! Qué demonios le habrá pasado al pobre infeliz! 
En fin, cielo, que como te iba diciendo, debería ponerme a escribir, aunque sea forzando la máquina, lo sé. Material tengo, y ganas eh? pero, chica, a mí, con este temporal y esta lluvia y estas ganas de llorar que se me vienen así como encima cada vez que pienso en la cantidad de días que hace que llueve... ¡Ay, me da como que se me cae el mundo encima, no sé!
-Pero Sonia, cariño... si hace un solazo estupendo hoy. 

domingo, 15 de junio de 2014

La escapada

Ya hacía días que planeaban la excursión: "A dónde iremos, cuando,... qué tiempo hará? qué querrás hacer?". Por fín estaban ahí; hacía buen día, habían llegado temprano y no había nadie. Caminaban tranquilos por el valle, verde, florecido, en plena explosión de vida después de tantos días de lluvia.
La hierba, natural, larga, húmeda, cedía con ternura bajo sus pisadas. Ana lo miraba todo asombrada: "Mira, un pájaro! Mira una lagartija! Mira, corre, corre! Que te lo pierdes!", parecía una niña feliz de descubrir el mundo que la rodeaba.
Andrés cazaba recuerdos con la cámara: "click" un pino altísimo, "click" al horizonte imperioso con las montañas al fondo, "click" a Ana en cuclillas señalando a la lagartija... No pensaba en nada más que en aquel maravilloso instante y en cómo se alegraba de haberse "escapado" con ella unos días.
Sí, se habían escapado. Ella para celebrar el fín de los exámenes, él huyendo del trabajo y por relajar la mente y el espíritu. Ellos, juntos, los dos solos para darse la oportunidad de conocerse, de disfrutarse mutuamente.
Lo necesitaban, les hacía falta aquella escapada.
No más estrés, ni malentendidos, ni tener que comunicarse por teléfono, no, no y no! Sólo ellos, tranquilos, a gusto, felices, uno cerca del otro, al lado, encima, debajo, confundidos, descubriéndose, jugando, dejándose llevar por la magia, la vida, el momento...
Caminaban, hacía calor y Ana parecía Heidy quitándose capas de ropa por el camino. Andrés la miraba... no podía evitar pensar en el cuerpo tan bonito que tenía, lo bien proporcionada que estaba, lo grácil de sus movimientos... era como si toda ella fuese una canción escrita para volverlo loco a él.
Caminaban, corrían, saltaban... eran libres.
De repente, al llegar a la falda de un árbol que vete tú a saber qué hacía ahí en mitad del valle, Ana se detuvo. Su respiración, aún acelerada por la carrera, se entrecortaba con las risas.
-¡No me has pillado!- gritó divertida a Andrés, que aún llegaba.
-Te he dejado ganar.- dijo él sonriente y triunfante.
Se acercó a ella. Le gustaba tanto su olor...
-Andrés... no hay nadie...- le susurraba ella en tono travieso.
-¡Anda, va, tonta!- empezó la risita nerviosa.
La misma risita del primer día en que la vió, cuando se perdieron por el Gótico y ella se le acercó para darle un beso en la mejilla. La del día siguiente cuando cenaban en el Marc's y ella le besó el cuello provocativa.
Ay... aquella risita nerviosa... ya la habíamos liado. Ana sabía muy bien que si sonaba esa risita ya tenía ganado el partido.
-Andrés... abrázame... no hay nadie...- le decía dulcemente pícara mientras se le pegaba al pecho, la cintura, las caderas... Ya había perdido. Ya no podía decir que no.
Sentir aquel cuerpo tan cerca, la respiración suave a la vez que decidida. Perderse en aquellos ojos que desde el primer día lo habían echizado...
-No, Ana... no... cariño, aquí no...- pero las palabras no tenían nada que ver con los gestos.
Ya le perdía las manos por la cintura; ya bajaba y se colaba por dentro de su camiseta: "que caliente y suave..." pensaba.
-Andrés, quiero ser tuya aquí... hazme tuya aquí, ahora, por favor...
Y como quién recibe órdenes, todo él perdió la vergüenza y se afanó en cambiarla por urgencia, necesidad: de tenerla, de besarla, de hacerla suya! La abrazaba, la apretaba contra él, la acariciaba toda...
Poco a poco caían al suelo.
Poco a poco caía la Tierra.
La desnudaba como quien deshoja una flor: con ternura, con suavidad, pero sin dejar una sola pieza.
La olía, besaba cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto.
Y ya era todo horizontalidad, ya sólo había el calor de su piel, la de los dos, invadiendo el suelo y la Tierra.
Ana le abrazaba, le miraba, se lo comía a besos.
Andrés la palpaba, le mordía, la quería.
-Dime qué quieres! Dime qué quieres que te haga!
-Házmelo, Andrés, hazme tuya. Házmelo todo, por favor.
Ella los pechos turgentes, húmeda, preparada, ansiosa...
Él salvaje, duro, desbocado...
La miró. Ya no existía el mundo. Sólo ella, aquellos ojos verdes infinitos.
Y poco a poco, sin dejar de mirarla, se fue adentrando en su cuerpo.
Ana sintió un escalofrío. Como si un relámpago la atravesara toda y le diese la vida. Cerró los ojos para concentrarse mejor en todo aquello que Andrés le estaba haciendo sentir.
-Me gusta tanto tenerte dentro...
-No quiero que se acabe nunca...
Y en medio de la nada, perdidos entre la hierba, bajo la falda de aquel árbol que nadie sabía qué hacía ahí, confundidos entre las nubes, amapolas y margaritas, Andrés, por primera vez, le susurró a Ana al oído: "Te quiero, Ana. Pero 'shhhhh'... será nuestro secreto". De momento.